Cuarenta tablones dirigidos a él; noventa personas en
un chat cuando sólo buscas a una; ciento cincuenta números
de teléfono en tu agenda, pero dejarías sólo su nombre;
trescientos ochenta libros en casa que te recuerdan vuestra
historia, aunque sea sólo en una palabra; quinientas canciones
que te sabes de memoria y que no dudarías en compartir
con él; mil suspiros que sólo llevan un nombre; tres mil sueños
por los que pagarías por repetir una y otra vez; horas y horas
hablando por teléfono, viendo sus mensajes una y otra vez,
la foto que os hicisteis, la que tienes guardada como el más
preciado tesoro; y quince mil sonrisas dibujadas, una por cada
vez que recuerdas su olor, otra por cada vez que oyes su risa,
una más por esas veces en las que te dice que no hay nada
más que tú, otra por cada vez que os miráis y deja de existir el
mundo... Y hay muchas estrellas en el cielo o personas en el
mundo, pero es que me da igual que me digan que él no es para
mí, porque voy a seguir queriendo ver esa sonrisa y ese ceño fruncido
a todas horas, y voy a seguir pensando que dependo de él como una completa imbécil.
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